(Sobre Wonder, la adolescencia,
el arte y sus lecciones)
You’re not alone, gimme your hands
‘Cos you’re wonderful, wonderful…
(Ziggy Stardust: Rock’n’Roll Suicide)
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Creo que la única
razón por la que no soy normal
es porque nadie me
ve como alguien normal.
(August Pullman)
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¿Normal? ¿Qué es
normal? En mi opinión, lo normal es sólo lo ordinario, lo mediocre.
La vida pertenece a
aquellos individuos raros y excepcionales que se atreven a ser diferentes.
(Oscar Wilde)
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And the stars look very different today
(Major Tom: Space Oddity)
La realidad,
como ocurre en Wonder mediante esa
técnica de narrador múltiple, es un juego poliédrico de perspectivas, dimensiones
y planos totalmente subjetivos donde lo "normal" no es más que una convención.
Una ilusión. Una esquirla de espejo del caleidoscopio cósmico. Un espejismo.
Una celda configurada por el pacto social del momento. Una excusa cómoda para
no pensar... De este modo, y también como en Wonder,
la realidad puede convertirse en una trampa mortal de odio, burla, incomprensión,
aversión contra aquellas personas que no se ajustan a lo normal. ¿Normal? ¿Y
quién es normal? ¿Qué es normal?... Como dice Morticia Addams (entrañable freak): "Lo que es normal para la araña
es caos para la mosca". Kurt Cobain (otro lindo maldito) ironiza sobre esta paradoja
relativa: "Se ríen de mí porque soy diferente; yo me río de ellos porque son
todos iguales".
Cobain, alma
de Nirvana que sufrió y luchó contra la normalización nociva hasta el final. La
música. El rock. El punk... Llaves para escapar de la prisión de la realidad. No
es casualidad la importancia que R. J. Palacio da a la música en su libro,
citando a Merchant (cuya canción da título a la historia), Aguilera, Magnetic
Fields, Eurythmics, Bowie... David Bowie. Bowie y sus mil caras (entre ellas, la
de Joseph Merrick, "el hombre elefante", o las del comandante Tom, Ziggy
Stardust y "Little Wonder"). Bowie y la maravilla. El mensaje de Bowie, que
Palacio suscribe más allá de la escafandra de astronauta de August y su
complicidad con Miranda, es que somos hermosos. Sin más. Ni menos. En mitad de
este mundo hostil y confuso, Bowie se disfraza de rareza espacial y nos susurra
a gritos: "¡No estás solo! Dame tus manos… Eres maravilloso, ¡maravilloso!". Algo
tan simple y vital. Algo que necesitamos escuchar. Sobre todo cuando eres
adolescente (o aprendiz de adolescente, como Auggie) y el mundo se empeña en señalarte
como bicho raro, friki, apestado, deforme... Y te muerden el alma.
La
adolescencia. Ese lugar frío, extraño, incómodo en el que estamos condenados a
mutar a solas y sin crisálida. Via, Miranda y Justin lo saben. El proceso de metamorfosis
ya les ha alcanzado, más o menos de lleno, y cada cual lo lleva (o sobrelleva)
a su manera. Auggie se ve obligado a aprender la dura lección de la
adolescencia (y la vida) de forma acelerada, forzosa, brutal; la va a sufrir
antes de tiempo, siendo sólo un niño (a manera de desprecio, acoso, juegos
crueles, violencia física incluso, cuando en el campamento se topa con la "tribu"
del instituto). De vez en cuando, hace falta que alguien nos diga que somos
hermosos por el mero hecho de existir, porque esto ya es, en sí, una victoria
constante contra el mundo "normal" (cruel) que nos venden los medios estandarizadores
("Todos vencemos al mundo", que diría August tras abandonar, al fin, su
casco-crisálida).
Tampoco es
casualidad que el director de la película sea Stephen Schbosky, delicado conocedor
de la adolescencia y sus demonios (escribió la novela juvenil Las ventajas de ser un marginado y él
mismo la adaptó al cine). Sabe de lo que habla. Sabe que la adolescencia duele
y que los adolescentes son "héroes" (de nuevo Bowie sonando en aquella película).
Sabe que la música acompaña, espanta males y salva vidas. Sabe que la realidad hiere
y que el arte cura.
Pero no.
August no está enfermo. No en el modo en que el mundo "normal" quiere hacérselo
creer (las creencias erróneas que moldean nuestro ser, como la azarosa genética
moldeando el rostro del niño). En este sentido, es el mundo el que padece una grave
afección, y encajar en ese mundo (aunque sea el mayor deseo de Auggie) no es,
precisamente, nada sano. No debería ser lo normal. Esta normalización anómala es
la enfermedad, el peligroso malestar, la verdadera "peste". Normalización de la
violencia (los docentes estamos demasiado acostumbrados a ella); violencia en
todas sus facetas: verbal, física, psicológica, cibernética, simbólica,
económica...; de carácter sexista, de exclusión, odio, humillación, intimidación,
invisibilización, discriminación, banalización...; estereotipos, prejuicios, cánones,
estigmas... Y este es el terrible escenario de una rutina tóxica que NO debería
ser rutinaria, que NO debería ser tóxica. No es normal. La diversidad está en
nuestra naturaleza humana. Lo común, lo enquistado, lo interiorizado a ciegas no
es, necesariamente, lo normal. La carencia de ética NO es normal (no queremos
que lo sea). El amor miserable NO es normal (no deseamos que así sea). La
belleza sin ética ni amor no es belleza. Normal no es bello ni feo; no es felicidad
ni norma ni nada. Es lo que a ti, aquí y ahora, te dé la gana (y la gana es
algo muy importante, ¡importantísimo!). Esa es la valiosa lección de August, más
rica en la lectura del libro, pero bien llevada a la gran pantalla, con agilidad,
fidelidad y plasticidad. Con amabilidad.
Hoy en día,
elegir ser amable es un acto punk. Una apuesta radical. La amabilidad, no
entendida como docilidad o sumisión o pasividad o condescendencia, sino como amor
al otro (empatía, simpatía, compasión, cariño, comprensión, consideración, solidaridad,
compromiso, respeto, convivencia, corresponsabilidad...); y amor propio
(asertividad, autocuidado, autonomía, dignidad, coherencia, aceptación,
valentía, seguridad, paciencia, libertad, responsabilidad...).
Y amor al
arte.
Hoy, inmersos
en el ruido virtual, sepultados por la avalancha audiovisual, expuestos a la intemperie
de una sociedad mercantilista y vacua...; hoy, aquí y ahora, elegir abrir un
libro es un acto de suma rebeldía. Rebeldía amable contra un sistema grosero que
nos quiere ignorantes, aturdidos, sin imaginación. Y en la imaginación nace
todo lo que somos: la duda constructiva, el aprendizaje significativo, los
mundos posibles, el pensamiento divergente, el cambio positivo, el autoconcepto,
la conexión humana, la gestión de la emoción, el sentido crítico, la resolución
valiente, el anclaje de la dignidad... La gana. Citando (¿un precepto más?) a
Sven Birkerts: "En última instancia todo se origina en el yo privado, en el yo
de una persona soñadora con un libro abierto en su regazo".
Así que
elige abrir ese libro. O regálalo afectuosamente. O ve al cine. O escucha a
Bowie en soledad o en compañía. Y baila. O pasea por un museo o una biblioteca.
O pinta un paisaje interior, dibuja un dragón, fotografía el cielo. O escribe
un relato, tu relato. O una canción rabiosa contra los que quieren arrebatarte los
sueños y la ternura. O una carta de perdón, de amor, de agradecimiento... O haz lo que te dé la gana. Valida tu real y
sagrada gana. Sí. Pero no olvides armarte de sensibilidad y cultura para
combatir el embrutecimiento cotidiano. Resiste desde tu íntima libertad. Elige
ser amable. Abraza la vida con todas sus complejidades y diversidades y contradicciones
y colores y formas... Asume que eres un ser único e irrepetible en una realidad
poliédrica, caleidoscópica. Y que por eso mismo (y millones de cosas más que
rondan tu mente y tu corazón infinitos, y que no pueden expresarse con palabras)
eres una persona bella. Como Auggie y compañía. Pura maravilla.
Gracias a ti por 'pararte' a leerme, y descubrirme la 'maravilla', y compartir (hacer posibles) experiencias cinéfilas tan estimulantes, y por elegir siempre ser amable en ese lugar de trabajo que a veces se nos torna tan... ¿ingrato?, ¿hostil? La suerte es mía, sin duda. Y el privilegio... Porque hay personas que irradian arte y son guarida: gracias por ser tú una de ellas, y estar aquí y ahora.
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